martes, 19 de febrero de 2013

Patrimonio Cultural de México

Etimológicamente, la palabra patrimonio nos remite a los bienes que heredamos de nuestros padres y, extensiva y figuradamente, de nuestros ascendientes. Herencia de nuestros padres y de los padres de nuestros padres, el patrimonio nos remonta hasta el tiempo en que la existencia de los individuos se difumina en la de las familias y ésta en la de los pueblos. A la idea de patrimonio corresponde la de los pueblos. A la idea de patrimonio corresponde también, en este sentido, y de modo primordial, la noción de colectividad.

"Patrimonio" ha pasado a significar una realidad muy vasta: todo aquello que, como testimonio de los valores y el trabajo de las generaciones pasadas, forma hoy parte de los bienes individuales o sociales que han merecido y merecen conservarse. En efecto, lo que unas generaciones transmiten a otras no son sólo cosas: son también ideas, conocimientos, representaciones del mundo, valores, costumbres y tradiciones, además de objetos, testimonios y documentos de otras épocas.

En este sentido, el patrimonio de una sociedad es esencialmente cultural: lo constituyen bienes de suyo perdurables, poseedores de una vigencia intemporal y de un significado particular para esa sociedad desde el punto de vista de sus creencias, su tradición y su identidad. Y, por otro lado, esos " bienes " no son necesariamente materiales, dado que los valores y los símbolos de que éstos son portadores han surgido de la vida de las sociedades y se encarnan en ella, y no únicamente en obras físicas.

En la medida en que esos valores viven y se transforman de una generación a otra, puede hablarse también de un patrimonio cultural formado por las prácticas que expresan tradiciones, rasgos simbólicos e inclinaciones de largo o reciente arraigo en el grupo social. Por ello, en los enfoques actuales del patrimonio cultural, esta última precisión tiende a ocupar un sitio sobresaliente.

México: un patrimonio plural

México es uno de los mejores ejemplos de la complejidad de estos procesos y de la paulatina formación y transformación de la idea de patrimonio cultural. Sobre su territorio se han sucedido, encontrado o fusionado los más diversos grupos étnicos, dueños de particulares y heterogéneas culturas. La idea de que en México se inicia el mestizaje a partir de la llegada de los españoles ha sido abandonada hace mucho tiempo.

Étnica y culturalmente, México ha sido siempre escenario del mestizaje, de la fusión de pueblos y culturas, a través de los más diversos y complejos procesos, en cuyas condiciones no se reconoce siempre el libre y natural intercambio o comercio cultural, sino también las superposiciones, las oposiciones y las sustituciones de las formas culturales.

Por ello, si bien cada pueblo ha generado actitudes propias y formas en las que se reconocen maneras de entender o valorar lo que podría considerarse su patrimonio cultural, el concepto de éste como sistema de vasos comunicantes entre los grupos y comunidades que en un sentido más amplio constituye un pueblo -como factor de integración de sectores y estratos diversos, como suma, en consecuencia, de elementos y formas heterogéneos- tiene sus orígenes en el surgimiento mismo de nuestro Estado nacional.

No es casual que haya sido el más temprano ideario de nuestro movimiento de lndependencia el que, partiendo del reconocimiento de la diversidad de la nación, se propusiera construir un Estado capaz de aglutinar a todos los individuos y grupos en términos de equidad, no suprimiendo sus diferencias, sino afirmando la pertenencia de todos a una misma condición, la de ciudadanos mexicanos, por el solo hecho de haber nacido en esta tierra, más allá de toda particularidad étnica, cultural y social.

Al mismo tiempo que se rechazaban las distinciones étnicas en la prescripción de derechos y obligaciones, se afirmaba la pluralidad como una característica intrínseca de nuestra sociedad, más allá de todo juicio o adjetivo. Ello implicó una gradual asunción, que se prolonga hasta nuestros días, de los patrimonios y las formas culturales de los grupos como mexicanos.

Así, la idea de patrimonio cultural tal como hoy la entendemos, como la suma del legado cultural de todas las épocas y todos los grupos étnicos que han habitado nuestro territorio, remonta sus orígenes a nuestro siglo XIX. Es cierto que ya desde los primeros años de la Colonia hubo, junto al desarrollo de la cultura hispánica trasplantada a nuestro suelo, fusiones con la cultura indígena e intentos de valorarla o preservarla, pero la noción de que las diversas formas culturales desarrolladas en México se identifican en términos de valor e importancia en cuanto emanaciones genuinas de los múltiples y heterogéneos grupos que en el país han coexistido, es relativamente reciente, y parte del inicio de la construcción del Estado nacional en el siglo XIX.

De este modo, la historia del concepto de patrimonio cultural refleja, entre nosotros, un paulatino ensanchamiento tanto respecto de los géneros y las formas culturales que comprende, como de sus expresiones en diversos grupos étnicos o sociales, al igual que paulatinos han sido la propia integración social de esos grupos en nuestra sociedad y el reconocimiento social y jurídico de términos equitativos en esa integración.

De ahí que hasta fechas muy recientes haya seguido siendo necesario introducir reformas y declaraciones explícitas a nuestro marco jurídico, como la que significó, en el caso del artículo 40. constitucional, el reconocimiento de México como país multiétnico y pluricultural y la obligación de la ley de promover el desarrollo de las lenguas, culturas, usos, costumbres, recursos y formas específicas de organización de los pueblos indígenas.

Esta reforma constitucional indirectamente consagra una conciencia de nuestro patrimonio cultural que es el resultado de complejos procesos a lo largo de cinco siglos, y que tuvo sus mayores impulsos en dos momentos determinantes: el movimiento de Independencia y la Revolución de 1910. Estos dos movimientos políticos y sociales conllevaron, entre otras cosas, una introspección profunda del país, una mirada hacia su interior, una conciencia de identidad y una redefinición del proyecto nacional.

En ambos casos, la nación cobró conciencia de su pluralidad histórica y de la necesidad de fincar su unidad en la diversidad. Este autorreconocimiento fue dando forma a la conciencia de nuestra cultura no como una cultura homogénea sino como una cultura de culturas, sustentada en el sincretismo, en la convivencia y en el influjo recíproco de tradiciones diversas.


La conciencia de la pluralidad de nuestra cultura es la base de nuestra concepción del patrimonio cultural, plasmada en la definición y el uso social del patrimonio y reflejada en la legislación vigente consagrada a su protección y cuidado. Nuestra Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de 1972 está basada en una definición cronológica de los bienes pertenecientes a nuestro patrimonio, que comprende las épocas prehispánica (monumentos arqueológicos: bienes muebles e inmuebles producidos por las culturas anteriores al establecimiento de la hispánica, así como los restos humanos, de flora y de fauna relacionados con ellas), colonial y decimonónica (monumentos históricos: inmuebles construidos en los siglos XVI al XIX, así como documentos y expedientes, documentos originales manuscritos y colecciones científicas y técnicas del mismo periodo) y del siglo xx (monumentos artísticos: bienes muebles e inmuebles con valor estético relevante pertenecientes a este siglo).

Esta conceptualización, naturalmente sujeta a depuración y actualización, destaca por su carácter abarcador y comprehensivo, dado que incluye en nuestro patrimonio cultural las obras y testimonios de todas las épocas de nuestra historia, es decir, de todos los grupos étnicos que han habitado en México, e incluso da al término "cultural" su más amplia acepción de "conocimiento" al atribuirle, además de las creaciones y los vestigios humanos, los naturales que revisten un interés científico, y en este sentido contribuyen al conocimiento de la historia de México.

Se habla, por ello, de restos humanos, de fauna y flora de la época prehispánica, pero también de la prehistoria al contemplarse "los vestigios o restos fósiles de seres orgánicos que habitaron el territorio nacional en épocas pretéritas y cuya investigación, conservación, restauración, recuperación o utilización revistan interés paleontológico".

Se trata pues de una concepción del patrimonio cultural en la que tienen cabida no sólo los monumentos y vestigios arquitectónicos, las obras de arte y los objetos producto de culturas o civilizaciones pasadas, sino también los vestigios con valor científico, acervos bibliográficos, documentales, científicos y técnicos, bienes agrupados genéricamente dentro de los patrimonios paleontológico, arqueológico, histórico o artístico, conforme a la época a la que pertenecen.

Diversos especialistas han señalado que la nuestra es una legislación "patrimonialista", es decir, restringida a bienes que aun siendo de la más diversa especie, son todos de naturaleza material, física. Se trata, en efecto, de una legislación específica: la referida a monumentos y zonas aunque estos son conceptos adaptados en el más amplio de los sentidos.

Sin embargo, las prácticas actuales de preservación del patrimonio cultural asumen cada vez más la noción de que éste no se reduce a bienes tangibles sino comprende también un gran número de intangibles. En este sentido, es fácil concluir el universo extraordinariamente vasto que presupone un patrimonio cultural como el de México: el cúmulo de vestigios paleontológicos dispersos en un extenso territorio; las huellas de las culturas prehispánicas en más de 200 mil puntos del país, así como el enorme acervo de objetos producto de su civilización material y de su arte, resguardado en incontables colecciones públicas y privadas; los monumentos arquitectónicos, la producción de las artes populares, el patrimonio artístico, histórico, bibliográfico y documental generado en cientos de ciudades y poblaciones a lo largo de tres siglos de Colonia y, más tarde, en los dos del México independiente, acervo inmenso, de carácter material, al que hay que sumar el intangible y no menos extenso de las ideas, tradiciones, costumbres, lenguas, creencias y valores que definen el ser de la nación y sus comunidades múltiples y diversas.

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