A nadie se le escapa que estamos en
tiempos de crisis,
de
recortes y de muchas contradicciones entorno los proyectos relacionados con el
patrimonio cultural. Durante este tiempo he visto de todo: decisión para tirar
adelante un proyecto o, indecisión que al final lleva a parar y eliminar un
proyecto. Des de mi punto de vista, la diferencia para tomar una decisión u
otra está en creer, por parte de los promotores de los proyectos, en las
potencialidades del patrimonio cultural y sobretodo en tener claro un
concepto-guía: la función social del patrimonio cultural.
Creer o no creer, esa es la cuestión. ¿Cuales
son los elementos que des de mi punto de vista diferencian unos
proyectos de otros? Lanzo unos cuantos…
Legitimación del proyecto patrimonial. Es
necesaria la identificación
de la
sociedad con un proyecto. Sin legitimación un proyecto no funciona, puede ser
considerado como un “capricho”. Sigo las líneas trazadas por Iñaki Arrieta (1), quien
creo ha definido de manera detallada el concepto legitimación del proyecto
patrimonial… “Al
elaborar un proyecto patrimonial, consideramos pertinente que los promotores se
pregunten acerca de su grado de legitimidad social y que reflexionen también
acerca de los mecanismos que deberían establecer para que la vinculación y la
participación vayan aumentando a medida que el proyecto se va desarrollando…”
Ciudadanía. Los
ciudadanos son el eje central de cualquier proyecto patrimonial. Si el objetivo
central de un proyecto es otro aspecto, no va a funcionar. La pregunta a
realizarse en el momento inicial de proyectar debería ser: ¿En qué va a beneficiar
este
proyecto a los ciudadanos de “x” territorio? ¿Sobre cuantas dimensiones va a
actuar? (como mínimo me centraría en: social, cultural, educativa y
económica…).
Planificación. Como ya comentamos en un
post anterior
planificar
es valorar, es conocimiento, es estudio de las realidades, es tener
una visión global y transversal del territorio y sus potencialidades.
Planificar significa realizar un uso coherente de los recursos destinados a un
proyecto.
En definitiva, la diferencia entre creer
o no en el patrimonio cultural no está en tener un recurso o recursos que
explicar/divulgar/difundir. Quien más o quien menos tiene recursos. Creer en el
patrimonio cultural implica tener la capacidad para analizar el entorno y
actuar en función del conocimiento adquirido:
Entender que el recurso no es el centro
del proyecto. El objetivo básico de todo proyecto patrimonial es generar
beneficios a un conjunto de ciudadanos que creen que el trabajo sobre este
elemento puede significar un factor de desarrollo.
Ser consciente que un proyecto
patrimonial nunca se puede estimar a corto plazo. No por los aspectos
económicos (que normalmente influyen de manera determinante), sino porque
es necesario planificar, ir paso a paso. El objetivo no es inaugurar un
continente con más o menos contenido. El objetivo es que el continente y el
contenido, el día después de su inauguración, trabajen todas las dimensiones de
la sociedad que acogió y legitimizó el
proyecto
Creer en el patrimonio significa ir más
allá del propio recurso. El reto está en dar respuesta a aquellas cuestiones
propuestas por la propia ciudadanía,
que
al identificarse con un proyecto, espera que este revierta sobre ella de manera
positiva.
Bajo el concepto “territorio” lo que
encontramos son “personas”, “ciudadanos”. Hablar de dinamización territorial
también implica poner en valor las dimensiones sociales, culturales y
educativas. No olvidemos las personas, ya que son estas las que viven,
disfrutan y se relacionan con su entorno (territorio = personas). El territorio
no es tan solo un espacio geográfico, también es una construcción histórica y
una práctica cultural. Por tanto es en el territorio donde se refleja
claramente la identidad cultural de la comunidad o comunidades que lo sustenta.
El territorio siempre es cultural.
¿Podemos gestionar el territorio
cultural? Creo que podemos… es más, debemos. Posiblemente habrá gestores
políticos o técnicos que no estén de acuerdo. Bajo mi punto de vista la gestión
del Territorio Cultural debe realizarse a través de la identidad y espíritu de
los territorios. De esta manera se podrá poner en valor, a través de políticas
culturales planificadas, las dimensiones sociales, económicas y culturales. Es
decir, proyectar acciones de desarrollo y mejora para las comunidades que
sustentan el territorio cultural.
A modo de ejemplo, descubrir la identidad
cultural de un territorio va a permitir planificar aspectos como:
El urbanismo: programando acciones
urbanísticas que permiten un planeamiento urbanístico y de equipamientos a
través de criterios y conocimientos previos en geología, arqueología, historia
(urbanística, bibliográfica y documental) del sitio, los recursos materiales e inmateriales,
la tradición, el folklore…
La educación y la cultura: promoviendo el
conocimiento y la identificación de los ciudadanos con su territorio.
La economía: desarrollando planes de
dinamización turística que incidan positivamente en la llegada de visitantes al
territorio
En definitiva, necesitamos valorar el
territorio como cultural. Siempre lo es. De lo contrario no se podrán diseñar
políticas culturales de largo recorrido, coherentes e identificadas con el
territorio, es decir, los ciudadanos.
¿Puede el concepto identidad cultural
trasladarse al territorio? Cómo? El territorio no es tan solo un espacio
geográfico, también es una construcción histórica y una práctica cultural. Por
tanto es en el territorio donde se refleja claramente la identidad cultural de
la comunidad que lo sustenta.
Además, hoy en día, no tan solo hemos de
valorar los testimonios inmuebles que configuran la existencia y el carácter de
los pueblos entorno el patrimonio arquitectónico, arqueológico e histórico y
los asimila a sus procesos de creación. También es necesario valorar el
patrimonio artístico como capacidad creativa y el patrimonio etnológico como
reflejo de las formas de vida.
Bajo este prisma durante los últimas
semanas he estado leyendo un artículo de Annete Viel “Quand souffle
l’esprit
des lieux”(cuando
se respira el espíritu del sitio). Es un texto muy conocido, pero no deja de
sorprenderme. Explica que el territorio es un espacio vivo, con una historia
que no esta fijada en el tiempo o el espacio y que evoluciona de manera natural
o bien a partir de las acciones que se desarrollan. Por tanto el territorio es
el reflejo de una época y un espejo de los valores de la sociedad que lo
gestiona.
Si tratamos la identidad y el espíritu de
un territorio podremos poner en valor su dimensión social, cultural y
económica. Podremos por tanto proyectar acciones de desarrollo y mejora para
las comunidades que sustentan en territorio y sus recursos, entre ellos el
patrimonio cultural.
Si descubrimos la identidad y el espíritu
del territorio podremos aportar beneficios a la comunidad que lo sustenta:
•A
través del urbanismo, programando acciones urbanísticas que permiten un
planeamiento urbanístico y de equipamientos a través de criterios y
conocimientos previos en geología, arqueología, historia (urbanística,
bibliográfica y documental) del sitio, los recursos materiales e inmateriales,
la tradición, el folklore…
•A
través de la educación y la cultura, promoviendo el conocimiento y la
identificación de los ciudadanos con su territorio.
•A
nivel económico, desarrollando planes de dinamización turística que incidan
positivamente en la llegada de visitantes al territorio.
Pero para conseguir esto es necesario
fijar una mirada alternativa, responsable y coherente sobre el territorio, sus
recursos y sus necesidades. Cada lugar, cada territorio es distinto y esto es
una gran oportunidad, ya que permite establecer miradas calidoscópicas capaces
de ofrecer soluciones creativas y novedosas.
En estos tiempos de crisis y de cambio en
los modelos de desarrollo económico se habla mucho del potencial del patrimonio
cultural como nuevo valor para el desarrollo social, cultural, educativo y
económico de la ciudadanía. !Y es cierto! El patrimonio cultural tiene
capacidad para generar modelos de desarrollo sostenible trabajando
conjuntamente los recursos existentes en un territorio, la experiencia que
pueden generar y la población local, es decir, la función social del patrimonio
cultural. Pero esto es teoría, es necesario más que nunca convertirlo en
realidad.
¿Cómo concretamos estos preceptos en el
territorio y en beneficio de las comunidades que sustentan su patrimonio
cultural?
Existen muchos municipios y regiones
donde sus ciudadanos quieren utilizar estos recursos, pero no saben por donde
empezar. Ante estos escenarios y desde mi punto de vista es necesario trabajar
de manera proactiva y con capacidad para generar conocimiento y posibilidades.
Este proceso lo denomino Plan Estratégico para la Activación del Patrimonio
Cultural. La idea es clara, si activamos el patrimonio dándole una función y un
sentido en la actualidad seremos capaces de crear acciones positivas, participando
en las estrategias de ordenación del territorio y potenciando la cultura, el
ocio y el turismo, es decir, construyendo dinamismo
territorial.
Un Plan Estratégico para la Activación
del Patrimonio Cultural presenta dos fases diferenciadas:
•Fase
I:
Reconocimiento y diagnóstico del patrimonio cultural. Es
el momento de establecer un estudio que permita distinguir y analizar los
recursos patrimoniales existentes en el territorio. El estudio permitirá
evaluar toda la información y establecer una diagnosis que se acompañe de un análisis.
•Fase
II: Plan
de activación y actuaciones. Una vez obtenido el conocimiento real
sobre el patrimonio cultural es necesario determinar los objetivos del futuro
plan, descubrir cual es la identidad cultural del territorio y diseñar un
conjunto de actuaciones políticas, urbanísticas, culturales, didácticas y
turísticas que evidentemente los gestores técnicos y políticos del territorio habrán
de
seguir.
Es necesario plantear nuevas y creativas
formas de entender el patrimonio cultural basadas en un conocimiento y
evaluación inicial. De esta manera se pueden crear discursos territoriales que
permitan trabajar sobre recursos patrimoniales de calidad, ofreciendo
expectativas y
experiencias a
los usuarios (locales y visitantes) y consiguiendo beneficios para las
poblaciones locales. A esto le llamo dinamización del territorio y se consigue
desarrollando Planes Estratégicos de Activación del Patrimonio Cultural.
El patrimonio cultural presenta muchos
valores. Lo podemos entender como una herramienta de desarrollo económico,
social, cultural. O también como agente un agente integrador, puesto que
participa transversalmente en las comunidades. Pero uno de los valores más
claros y más importantes es su capacidad para fomentar identidades culturales.
Es decir, el patrimonio cultural es un espacio de encuentro que promueve el
conocimiento y la identificación de la ciudadanía con su territorio.
Hoy en día, los testimonios que
configuran los bienes culturales explican la existencia y el carácter de los
pueblos y asimila al patrimonio arquitectónico, arqueológico e histórico sus
procesos de creación. El patrimonio artístico como capacidad creativa y el
patrimonio etnológico como reflejo de las formas de vida.
¿Puede el concepto identidad cultural
trasladarse al territorio? Cómo? El territorio no es tan solo un espacio
geográfico, también es una construcción histórica y una práctica cultural. Los
referentes identitarios de
sus habitantes se pueden trasladar a través del urbanismo. Es sobre y en el
territorio donde será necesario planear urbanísticamente, establecer criterios,
proponer recursos, construir equipamientos…. Será en el territorio donde de
reflejará claramente la identidad cultural.
Para ello el urbanismo debe ser
responsable, dejando estándares a un lado, apostando por el conocimiento previo
y por la particularidad de la identidad cultural. Identidad es particularidad,
también en el urbanismo. Por tanto urbanismo debe conocer la geología, la
arqueología, la historia (urbanística, bibliográfica, documental…), los
recursos materiales e inmateriales, la tradición y el folkore. Y
además ha de establecer estudios de viabilidad, ha preveer la
sostenibilidad económica del proyecto urbanístico y finalmente priorizar un
equilibrio en los usos.
Todo esto para crear espacios de
identificación, tanto para propios como para ajenos, capaces de promover la
función social del patrimonio cultural y por tanto generar oportunidades a
nivel educativo, social, cultural y económico.